DIGNIFICAR NOS DIGNIFICA




DISCURSO PRONUNCIADO POR LA SEÑORA MINISTRA OLGA SÁNCHEZ CORDERO DE GARCÍA VILLEGAS, CON MOTIVO DE LA ENTREGA DE LA MEDALLA AL MÉRITO CÍVICO "EDUARDO NERI Y LEGISLADORES DE 1913", EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS DEL H. CONGRESO DE LA UNIÓN. 

México, D.F., 9 octubre de 2014.


DIGNIFICAR NOS DIGNIFICA. 


Devolver la condición de humanidad a quien la hubiere perdido.


Señor Diputado Silvano Aureoles Conejo, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión,

Señoras Diputadas y señores Diputados a la Sexagésima Segunda Legislatura del H. Congreso de la Unión,

Señores rectores de las Universidades de Coahuila, Morelos y Nacional Autónoma de México,

Querida familia,

Amigas y amigos todos:

Acudo ante esta soberanía, como ciudadana, como mujer, como universitaria y como jueza constitucional, muy honrada. Enaltecida al recibir —ciertamente en nombre propio, pero también en nombre de muchas mujeres mexicanas— la más alta distinción que otorga esta Cámara de Diputados del Honorable Congreso de la Unión.

Vengo aquí con el carácter imparcial y la alta investidura que me ha sido otorgada por la magistratura constitucional que desempeño; pero también con modestia ciudadana. 

Me encuentro ante la más alta tribuna de la representación nacional por antonomasia, la casa del Pueblo, para destacar el ejemplo de valor civil que los legisladores de 1913 nos legaron para construir un país digno. 

Honrada de poder hablar en esta tribuna que representa la pluralidad y diversidad de mi país, muy agradecida, primero, por la propuesta de las instituciones académicas, mi Alma Mater, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de Morelos y la Universidad Autónoma de Coahuila, para recibir esta distinción; y agradecida también con los representantes de diversos partidos políticos, que, con su voto, avalaron esta propuesta. 

Vengo a honrar en particular la memoria de Don Eduardo Neri, por las razones que están inscritas en esta presea: su valor cívico y la defensa de la dignidad. Pues fueron estos valores los que inspiraron a la Cámara de Diputados a instaurar esta medalla. Defendió la dignidad de un poder que supo sobreponerse a los ataques de otro poder y, con esa actitud, nos dio muestra de la necesidad de construir el respeto mutuo entre poderes.

Con la palabra, Eduardo Neri, defendió, en aras del interés nacional, la dignidad de los mexicanos de ese tiempo y, al hacerlo, defendió igualmente la dignidad del Poder Legislativo. Convirtió una decisión individual en una decisión colectiva, transformó su voluntad de resistir a la dictadura, en la defensa más digna de la representatividad del Congreso. 

Su defensa de la institución democrática del parlamento en su función esencial: la del diálogo. De ese diálogo continuo y permanente, ahogado entonces por los actos del dictador Huerta. 

De manera pacífica, pero con suma energía. De manera enfática, pero nunca violenta, con firmeza en la verdad y la disposición de asumir sacrificios considerables. 

Con estos antecedentes, recibo esta presea asumiendo lo que ha sido una constante en mi vida: el compromiso irrestricto, como jueza constitucional, de atenerme a la máxima objetividad e imparcialidad. Al defender la dignidad de las personas, siempre tengo presente el ideal de que, al hacerlo, también se dignifican las instituciones del Estado mexicano. 
Para mí, la dignidad humana es la conciencia del respeto por nuestro propio ser y por el de todos los demás, derivada de una coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos.

La defensa de la dignidad humana y los derechos humanos no solo es la protección del individuo sino también de los otros, del ser social, ya que, al visibilizar a quienes han sido invisibilizados, silenciados, a quienes se les han vulnerado los derechos más elementales, también se protege al bien común.

Mantener el respeto irrestricto a la dignidad humana y devolverla a quien le ha sido negada, es un deber del Estado. Es su razón de ser. 

Porque la defensa de la dignidad dignifica al Estado mismo. Porque defender la dignidad de las personas y de las instituciones, es una misión a la que estamos llamadas todas las autoridades. 

Promover el ejercicio de los derechos es asumir una responsabilidad común en la elaboración de las decisiones colectivas. Asumir los principios que sostienen los derechos nos da la posibilidad de darle orden a lo social. 

Devolver la condición humana a alguien, tiene que ver con darle actualidad a sus derechos y eso, me parece, se logra cuando los poderes constituidos le damos vigencia plena al orden establecido en la Constitución. 

Las instituciones se adaptan a una realidad humana y moderna cuando la reconocen, cuando tienden el puente entre la realidad existente y respetan, promueven y protegen los derechos, especialmente de los más vulnerables y reconocen que, el verdadero propósito de su existencia es garantizar el respeto a los derechos de todos. 

Al impedir la discriminación, las instituciones garantizan igualdad; al respetar la libertad de expresión, en su más amplia acepción, se consolidan en pluralidad y democracia; al defender la libertad religiosa, se fortalecen en laicidad; al procurar los derechos económicos sociales y culturales se tornan solidarias; al combatir toda muestra de arbitrariedad e impunidad se convierten en instituciones justas. 

Hacerlo, es hacer derecho y política con perspectiva de derechos humanos, para darle al país las herramientas necesarias para su engrandecimiento.
Una presea como la que, con gran honor y agradecimiento recibo, honra también a los jueces y juezas que integran los poderes judiciales de nuestro país. Honra a sus integrantes, por los méritos personales, ciertamente, pero también por las virtudes que aporta cada uno de ellos para dignificar la función que la judicatura desempeña y creer firmemente en su futuro. 

Como mujer, como universitaria, como abogada, como jueza constitucional lo he podido experimentar. Lo he dicho en múltiples ocasiones y, hoy, en la máxima tribuna de la representación popular, en la Casa del Pueblo lo quiero refrendar:

Ser jueza constitucional entraña una fidelidad a los principios que sustentan nuestra convivencia y que marcan los límites del respeto a la esfera de lo individual, a la esfera de lo que no puede decidirse, de lo indecidible: los derechos humanos.

Ser jueza constitucional supone, en lo político y en lo jurídico, el respeto a los principios fundamentales de laicidad, republicanismo y democracia. Con frecuencia, ser jueza constitucional implica afrontar problemas que generalmente requieren juicios sobre cuestiones éticas o filosóficas polarizantes. 

Pero hay temas que deben estar sustraídos a las vicisitudes y avatares porque tienen que ver con la esencia del ser humano y de su dignidad: los derechos fundamentales. Pues los poderes constituidos tienen la indelegable función de evitar que se atente contra la dignidad humana, especialmente, de todas aquellas personas o grupos en situación de vulnerabilidad.

Lo digo enfáticamente. Aún en estos tiempos, ser mujer, anciano, niño o niña, persona con discapacidad, indígena, migrante o encontrarse en situación de pobreza, en México es ser altamente vulnerable. 

Lo he dicho en múltiples ocasiones y hoy, en esta tribuna privilegiada, en la que tengo la oportunidad de dirigirme a los representantes del Pueblo de México, lo refrendo: para que nuestro país tenga una administración fuerte, una correcta impartición de justicia y unas leyes que permitan la igualdad, es necesario reforzar la perspectiva de derechos humanos en todas las acciones del Estado.

De ahí que debemos cuestionarnos los estereotipos preconcebidos y cuestionar la neutralidad de la norma en cada caso. El Estado tiene el deber de velar porque en toda controversia donde se advierta una situación de violencia, de discriminación o vulnerabilidad por razones de género, etnia, religión, edad, pobreza o escolaridad, sean tomadas en cuenta a fin de visibilizar la situación y garantizar el acceso a la justicia de forma efectiva e igualitaria.

Alguien que priva de la vida a otro destruye su humanidad y lastima la de los demás; quien impide a alguien alzar su voz, silencia la voz de todos; quien no ve a la mujer como igual, nos discrimina a todas; quien no respeta a los ancianos, no respeta su propio devenir; quien excluye a los indígenas, olvida su pasado; quien vulnera la integridad física de un niño o niña o de un adolescente de manera violenta, aniquila sus emociones y acaba con el futuro del país; quien no es sensible a la condición de las personas en situación de pobreza o discapacidad, elimina la condición humana.

Quienes integramos las instituciones del Estado, quienes tenemos como obligación principal legislar, juzgar o implementar políticas públicas, estamos llamados a devolver la condición humana a quienes se les ha arrebatado. 

Dignificar, nos dignifica. 

Hay que dignificar lo nuestro: nuestra pluralidad, nuestras culturas, nuestro trabajo, nuestros derechos, nuestra vida, nuestra libertad. Hay que dignificar la condición humana y devolverle la humanidad a quienes se les ha arrebatado. 

Especial énfasis quiero hacer en un tema que no puedo soslayar. Dignificar a las mujeres de este país en particular.

Esa ha sido y será siempre la bandera que enarbole hasta el final de mi vida, porque mi tarea ha sido marcada con esa vocación. Si alguna huella quisiera que quedase a mi paso por las instituciones de este país como aportación, será haber logrado generar la perspectiva de género en las labores en que me he desempeñado. Como profesora universitaria, notaria, magistrada y ministra he buscado siempre defender los derechos de las mujeres y buscar la igualdad y la no discriminación para todas ellas. 

Y también, porque creo en la niñez como cimiento del porvenir. Porque los niños y niñas de México son el corazón del país, porque tenemos que velar por su interés superior y porque son lo más importante para todos, quiero pedirle al Presidente de la Mesa directiva, al Diputado Aureoles, que realice las gestiones necesarias para que el premio en económico que por esta presea se otorga sea entregado íntegramente al programa que protege a la niñez migrante de la UNICEF.

Señoras y señores:

No me queda más que agradecer, en mi carácter de ciudadana mexicana, de mujer y de jueza esta distinción que mucho me honra y recordar que dignificar, nos dignifica. Mantener la condición de humanidad nos humaniza.

Muchas gracias.

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